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CIUDAD MUSEO


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Laura Gutiérrez Díaz - tercera mención taller manifiestos visuales



Dentro de algunas horas

me acercaré a tus muertos

ciudad muerta

latiré en tus latidos

ciudad viva

pisaré mis pisadas

ciudad huella

M. Benedetti


La ciudad crece, se expande, busca su rumbo sobre distintos ríos y cuencas, se

enferma, sufre de cáncer, de anemias, y en este caso de pandemia. La ciudad es

un organismo vivo y como tal, su ritmo y destino es conocido: debe adaptarse o

perecer, mutar o morir.

A diferencia del resto de seres vivos de los que se conoce al menos la esperanza

de vida e incluso de las cosas con fechas de vencimiento, las ciudades no tienen ni

siquiera un parámetro sobre el que basarnos para dejarlas descansar o seguir

apostando por ellas.

En el caso de Sucre, nuestra ciudad se alimentaba básicamente de 2 nutrientes, de

los estudiantes que viven en ella en de lunes a viernes y huyen los fines de semana

y feriados a sus verdaderos hogares, y de aquellos que vienen de paseo o a quienes

el cambio del dólar los favorece. Es este último grupo de turistas, nacionales y

extranjeros el que en gran parte hacía que la ciudad siga creciendo económica y

socialmente, algunas veces incluso más que los que vivimos en ella desde siempre

y a los que ya no nos asombran tanto con sus fachadas.

Si bien, el tema del turismo en Sucre –o la disminución del mismo- era ya un

problema antes de la pandemia, esta visibilizó más sus falencias. Hace años ya que

Sucre dejó de ser un destino y se convirtió en una ciudad de tránsito. En 2016 el

tiempo estimado de permanencia de los turistas era de un día y medio según la

Cámara hotelera de Chuquisaca. Sucre era ya en ese entonces algo así como un

punto de descanso entre el Salar de Uyuni y el Carnaval de Oruro, con mejor clima

y lindos tejados.

El panorama actual es mucho más desalentador, muchos museos permanecen

cerrados, la mayor parte de los turistas nacionales y las calles se sienten aún vacías

a pesar de los esfuerzos por reactivar el turismo en el sector. Las restricciones por

la pandemia sumadas a la complicada situación política del 2019 y las tendencias

del turismo que ya no se encuentra atractivos a los museos o visitas guidas hacen

que el centro histórico se vea resumido a un grupo de fachadas blancas.

La cuestión va más allá de si es o no patrimonio de la Unesco, o si debería ser legal

destruir los edificios para construir torres de 20 pisos y llenarlos de comercio. El

problema es más bien biológico, si bien las ciudades son ecosistemas artificiales,

es necesario entenderlas como criaturas vivas, mutables y flexibles, que deben ser

alimentadas para seguir viviendo y las cifras apuntan a que tenemos en nuestras

manos una ciudad famélica a quién este tipo de turismo no va a poder saciar a largo

plazo.

Si el mar de sal sin cornisas ni espadañas tiene más visitas, es tiempo de repensar

el turismo local, restructurar y proponer ideas que revivan y revaloricen la ciudad o

¿será que es tiempo de aceptar la muerte de la ciudad museo y su destino reducido

a fotografías?


Ciudad Museo © 2022 by Laura Gutiérrez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0

 
 
 

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