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El poder del cascaron en el diseño


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No es una sorpresa comentar que la estética exterior últimamente ha tomado el protagonismo en el diseño arquitectónico, en algunos casos y con algunas obras pareciese que el discurso de la forma debe ser lo más resaltante, pero más allá de lo que podamos pensar esta tendencia es mucho más antigua y tiene bastante fuerza, tanta como para declarar el fin de un movimiento.

Esto último que se menciona se puede explicar un poco más; el fin de la arquitectura moderna es algo que muchos autores dan por hecho tras el evento que marca la “muerte de la arquitectura moderna”, la demolición del complejo de viviendas Pruitt Igoe del arquitecto estadounidense Minoru Yamasaki (1912-1986), evento que marcaría el cambio total de las concepciones arquitectónicas de nuestra sociedad y nuestro entorno.

Esta declaración realizada por la comunidad arquitectónica pretende hacernos ver que las concepciones que trajo la modernidad se han dejado atrás por obsoletas, sin embargo, nada realmente se ha modificado demasiado si lo analizamos bien.

Todos los cambios que trajo el movimiento moderno en búsqueda de una arquitectura más humana y adecuada a la persona, en nuestro tiempo se mantienen inmutables pues se han arraigado en nosotros por mas adornos que les pongamos a las casas.

De las distintas características que se mantienen, se pueden escribir un sinfín de artículos y libros, pero el punto al cual apuntaremos en el presente escrito es justamente un vicio y a la vez virtud que trajo la modernidad consigo y que hasta nuestros días se mantiene, el ojo como importante avalador de la arquitectura.

Esta característica se ha quedado con nosotros como base del proceso de diseño de muchos arquitectos, que se guían mas por lo que se ve que por un arquetipo lógico.

Pero lo interesante es observar que el cambio estilístico en las formas de la arquitectura ha sido tan poderoso en el imaginario de la gente, que sin necesidad de cambiar muchas cosas de fondo se ha podido declarar muerto a todo un movimiento.

Este efecto igual lo podemos encontrar en los principios del siglo XX, cuando permitió el surgimiento de una estética llamada “arquitectura internacional”, un título otorgado al conjunto de características más resaltantes y demoledores, que representaban este cambio de la arquitectura que había empezado lentamente en el siglo XVIII hasta consolidarse con las vanguardias en un lenguaje estético.

Este título olvidaba la característica muerte del estilo, liberación del arquitecto como profesional y la adquisición del mismo de un control técnico y artístico en la obra, se concentró mas no en la calidad de los productos sino en cómo se veían.

Los maestros de la arquitectura moderna, con gran calidad arquitectónica en sus productos, no resaltaban en si por los arquetipos que creaban y por las nuevas formas de concebir el espacio que nos presentaban uno por uno, sino por la estética que creaban en cada lugar donde diseñaban.

Le Corbusier no era reconocido por mutar y adaptarse a la teatralidad que buscaban crear los contratantes de cada una de sus intervenciones a lo largo de Francia, Argentina o la India, era reconocido por arquitectura cubica, el uso de estructuras grandes y todo blanco.

La transformación del espacio que podía permitir la Ville Savoye, donde la vivienda era reformulada con recorridos, juego de abierto y cerrado y técnicas innovadoras, no es tan impactante en el sentimiento colectivo como el hecho de que es un cubo blanco volando sobre pilotes.

Mies van der Rohe no es reconocido por su organización por grilla, uso de materiales simétricos y detalles constructivos exactos, sino por hacer cajitas de vidrio.

Ahora podemos hacer lo mismo con arquitectos más contemporáneos:

Zaha Hadid no destacaba por la estructura libre interior y la racionalización del espacio abierto, sino por las curvas de sus renders y diseños. Calatrava no resalta por su desempeño en el diseño de las estructuras como elemento expresivo, destaca por las puntas que sobresalen recordando esqueletos animales.

Esto se debe, en la opinión del autor, a que al no tener una guía básica de cómo entender la nueva arquitectura, pues la modernidad carece de un estilo guía visible y claro, los observadores y arquitectos diferentes al autor buscaban entender la obra en lo más resaltante y entendible de cada obra, después de todo es más fácil saber que una casa es un cubo volador sobre delgados pilotes, que entender la organización espacial en base al número áureo.

Si entendiésemos la muerte de la arquitectura moderna como un cambio total de principios en la creación de la arquitectura, como si lo fue la modernidad con lo que se denomina el clasicismo, debería haber cambiado esta característica donde el ojo es el único avalador para catalogar la arquitectura realizada, pero en nuestros tiempos eso no ha cambiado y de hecho se ha magnificado volviéndose lo único importante para muchos observadores y profesionales.

El cascaron ha superado en importancia al contenido que este llevaba y a la complejidad de este contenido, peligrando el arquitecto con transformarse en un simple diseñador de formas.

El ojo no ha dejado de ser el regidor de como percibimos la arquitectura, solo se han aumentado formas y detalles materiales, pero en si el contexto no ha variado mucho, para el observador común.

Para resaltar hay que asombrar al ojo, y para asombrar al ojo el cascaron debe ser un hito, ya por dentro se las arreglaran otros o ya nos acomodaremos, pero por fuera debe ser visualmente importante, imponente y debe llamar la atención a toda costa.

Tener una estética rompedora no es nada reprochable o malo, de hecho, una buena estética imponente acompañado de todas las virtudes del control de la técnica y el raciocinio del espacio es algo maravilloso y se transforma en el arte total, el arte de la transformación del espacio; lo reprochable es centrarse en solo tener una estética rompedora para llamar la atención y después no integrarse con nada más.

La arquitectura es libre, eso nadie lo duda, y si el cliente lo desea se puede crear un Picasso en su fachada, para llamar la atención, pero eso no debe hacer que el arquitecto se quede atrás en los otros aspectos del diseño, no debe menospreciar todo lo demás por salvar un cascaron de pascua, donde según se necesite se cambian los cubos por las curvas y después las curvas por las formas corintias.

Este articulo busca justamente eso, no reprochar a nadie por usar el cascaron, solo reprochar a los que pintan muy bonito el cascaron, pero este está totalmente vacío.


 
 
 

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