Esculturas gigantes de poder
- Mauricio Calvo Arancibia

- 20 ago 2021
- 6 Min. de lectura

Imaginemos un edificio, un elemento estructural realizado en hormigón, ladrillo, madera o una alta gama de diversos materiales, el cual se mantiene firme frente a nuestros ojos, tranquilo ante nuestra mirada, mudo e inmóvil, aparentemente no nos oculta nada, no nos dice nada, es simplemente un edificio y ya.
Pero este pensamiento es un grave error que hace pasar desapercibido la muestra de verdadero poder oculto, ya sea personal o institucional, que violenta nuestros sentidos, que sin pedir permiso alguno se implanta en nosotros y de un solo golpe nos impacta y nos cambia el día.
Para entender más cabalmente esta situación tenemos que aclarar un punto que es muy importante cuando se analiza un edificio, su capacidad como medio de transmisión de mensajes.
La arquitectura ante un análisis rápido tiene como objetivo inicial algo muy básico de observar, la capacidad de organizar el espacio para brindar ambientes cómodos, cerrados o abiertos, que permitan el desarrollo de la vida diaria de las personas que los habitaran.
Pero, a su vez en este ordenar espacios tenemos implícito una segunda función, transmitir un mensaje.
Esto se debe al doble uso que presenta un espacio, que según el filósofo Henri Lefebvre es: la capacidad que tiene el espacio de ser representado y la representación que hacen los otros del espacio (Lefebvre, 1974).
Esto explica que nosotros al diseñar un edificio dejamos en él una serie de ideas e imágenes, preconcebidas en nuestra mente, una forma de ver el mundo definida, pero a su vez, estas concepciones que hemos dejado son reinterpretadas por los nuevos habitantes del espacio, pues estos no nos tienen ahí para explicarles, sino que entienden lo que hemos dejado y lo interpretan a su modo.
Pero qué pasaría si a este intercambio de información le restringimos la libertad de interpretación intuitiva por una mucho más direccionada, dirigiendo de forma autoritaria el espacio hacia un resultado previsto por el que lo está diseñando, le hemos quitado la libertad y los hemos vuelto una muestra física de nuestro mensaje único, como una estatua gigante que dice a los demás que observar.
Según el mismo Lefebvre esto se puede ver en todo lado al analizar la propaganda (Lefebvre, 1974), pues cada espacio tiene impreso en si la violencia del autoritarismo en el diseño del mismo, no estamos invitados a entender por nuestra cuenta, estamos obligados a entender lo que los otros quieren que entendamos y no tenemos opciones al respecto, después de todo poco hay detrás de algún anuncio que diga “vista bien, vista así”.
Claramente el autor francés se dirige mucho más hacia las calles y espacios urbanos, un tema para el cual seguramente imaginaremos otro escrito, pero esta característica también está impresa en los edificios, los cuales según su estética muestran un claro guion que debe ser entendido a la fuerza de una única forma, es ahí donde la arquitectura adquiere ese puesto de poder, al mostrar la autoridad del otro sobre los usuarios.
Para analizar correctamente esta característica tomaremos un ejemplo que explica muy bien el arquitecto y sociólogo Santiago Zubieta Davezies, la simbólica del poder en el fascismo (Zubieta Davezies, 2020), y es que esta corriente política es un libro que nos muestra el uso de la arquitectura como símbolo del poder.
El fascismo, mas allá de sus relaciones con otros sistemas políticos o con sus máximos exponentes en la época de entreguerras, supo mientras estuvo vigente identificar los elementos determinantes de la globalidad de la sociedad en la cual se buscaba implementar, esta identificación permitió ser traducida en una estética identificable, conocible y adquirible por sus seguidores, desde la ropa de las juventudes hitlerianas, hasta los nuevos edificios de los regímenes, todo respondía a una identidad que se agarraba en el recelo y el tribalismo en su máxima expresión.
Es así que el fascismo alemán, se concentró en ensalzar el trabajo artesano y del pueblo, generando una amplia producción de la industria de la construcción.
De esta forma a pesar de ser contemporáneo a la aparición del movimiento moderno, este último fue aplastado por el tipo de arquitectura favorecida por el fascismo, una más cercana a lo nacional y alejada de lo internacional y degenerado según los mismos fascistas. (Zubieta Davezies, 2020)
Los fascistas encontrarían en el arquitecto Albert Speer (1905-1981) una estética apropiada para sus fines, donde las clásicas influencias alemanas se estaban traduciendo en un renacimiento de la arquitectura del káiser Guillermo II (1859-1941), un barroco exuberante, pero que representaba lo que para el fascismo alemán simbolizaba de forma más acabada la esencia alemana, porque “si bien no había como tal una arquitectura del Fuhrer, se tomaba el neoclásico más impactante para conseguir el efecto deseado por la propaganda que ejercían los edificios” (Zubieta Davezies, 2020).
Es así que el fascismo, tal como dice el autor Kenneth Frampton, utiliza la arquitectura como utilizaba la radio o el cine, como arma propagandística para afianzar su poder (Frampton, 2016).
Esto se puede ver reflejado no solo en la estética única adoptada sino también en las nuevas funciones, destaca en esta etapa la obra de Giussepe Terragni, la “Casa de Fascio”, creada entre la batalla dentro de la Italia fascista entre el neoclasicismo y el racionalismo, vencedor el primero por ser menos internacional que el segundo.
La arquitectura Fascista dictada por el gobierno necesitaba edificios específicos para funciones en específico, es así que el gobierno en el uso del poder para organizar el espacio a su gusto creo la casa de fascio, que puede ser traducida como la casa del pueblo fascista.
Esta casa del pueblo, tenía como fin 3 actividades básicas: ensalzar la cultura italiana y al pueblo italiano, actividades administrativas de la ciudad y áreas de acogida para altos mandos del gobierno fascista.
Es así que el poder que ejercía el gobierno fascista no solo buscaba implantar en el pueblo una estética que les recuerde la presencia del gobierno, sino también una función específica que permita el control del pueblo y su sometimiento, pues le da lugares de recreación y administración, a la par que da al poder estatal espacios donde llegar para realizar el proselitismo y ensalzamiento a la figura de autoridad de turno.
Tras ver estas cualidades de capacidad de expresar el poder de un determinado ente, por parte de la arquitectura, hay que señalar que estas características no son simplemente del fascismo como entidad política, sino pueden encontrarse en cualquier entidad pública o privada que muestre su poder económico, claro que algunos se acercan más a los ideales fascistas que otros, aunque de momento solo puedo pensar en determinadas ciudades en altura y con montañas nevadas, con determinados gobiernos, con construcciones que tienen determinados nombres referentes a esa olvidada masa de gente llamada pueblo de la cual se pretende ser vivienda, pero se termina siendo la escultura más grande en honor al poder de unos cuantos.
¿Cómo podemos identificarlo?, pues el poder se puede identificar cuando un gobierno crea un flamante edificio ante nosotros, cuando un millonario pone su torre en una calle o una entidad sin fines de lucro (una entidad religiosa por ejemplo) nos muestra obras de arte total; estas 3 entidades han utilizado su poder económico y social para poner ante nosotros una muestra de poder que modifica nuestro entorno, nos llama para prestarle atención, de hecho, nos obliga a prestar atención y a preguntarnos “¿Qué RAYOS?”, es así que nos vemos violentados en nuestro momento diario por tres mensajes claros y concisos, “Mírame, Disfrútame, Quiéreme”.
Tal vez es por su altura, tal vez por su uso, o talvez es por la forma en la que fueron construidos, pero una cosa es indudable, los edificios pueden llegar a ser muestras silenciosas de poder e ideologías, donde de una forma u otra nos obligan a mirar y sentir, prácticamente son esculturas de escenografía para la obra teatral del poder que nos obliga a orientarnos en un determinado club, una clara muestra de que crear espacios de control total es posible y que nosotros solo debemos mirar y actuar según el guion escrito.
Y ante esta situación no se valen poner etiquetas, no podemos dividir las fachadas, de las comuniones, de los conservatorios (entiéndanse las referencias que busca ser graciosa) porque en el uso de la arquitectura como expresión del poder, toda ideología que este arriba es escultora y artista, y esto es sin excepción a ninguna “buena intención”.
Referencias
Frampton, K., 2016. Historio crítica de la arquitectura moderna. Cuarta ed. Barcelona: Gustavo Gili.
Lefebvre, H., 1974. La producción del espacio. Primera en capitan Swing ed. Madrid: Capitan Swing.
Zubieta Davezies, S., 2020. Ideologias de la técnica. Primera ed. Sucre: Fuerza producciones.






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